Ni carne, ni leche, ni huevos: ¿puede un niño crecer sano con una dieta vegana?

Un estudio internacional y una especialista argentina explican cómo lograr una infancia vegana saludable sin poner en juego el desarrollo.

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nene mamá verdura

En una sala de espera en Avellaneda, una nena de cinco años arma un rompecabezas de frutas y verduras mientras sus padres —vegano él, vegana ella— repasan con la pediatra el menú semanal: avena, tofu, espinaca, legumbres. Sobre el escritorio, una duda: ¿es suficiente? ¿Hace falta agregar suplementos? ¿Puede una criatura crecer fuerte sin probar jamás un vaso de leche, un bife o un huevo? La escena no es excepcional. Tampoco una campaña publicitaria. Ocurre todos los días, en todo el país, y pone sobre la mesa una pregunta que divide, inquieta y exige respuestas: ¿es segura una dieta vegana para los chicos?

Un estudio reciente de la Universidad de Stellenbosch, en Sudáfrica, publicado en Nutrition Reviews, se metió de lleno en esa discusión. El trabajo, basado en la revisión de decenas de investigaciones previas, llegó a una conclusión clara, pero con advertencias: sí, una dieta vegana puede sostener un crecimiento saludable en la infancia, pero solo si está bien planificada, supervisada y suplementada. No hay margen para el ensayo y error.

La doctora Ilanit Romina Bomer, pediatra argentina especializada en nutrición vegana e infancias, no tiene dudas. Lo dice con voz firme y experiencia clínica: “Absolutamente. Una dieta vegana bien diseñada puede ser adecuada para el crecimiento y desarrollo saludable de niños y niñas”, explica en diálogo con la Agencia de Noticias Científicas de la Universidad Nacional de Quilmes.

Pero inmediatamente aclara: “No es una dieta para improvisar. Requiere planificación profesional, análisis de laboratorio periódicos, educación alimentaria y una suplementación innegociable de vitamina B12. Este nutriente, que no está en ningún alimento vegetal, es crítico. Su deficiencia puede tener consecuencias neurológicas irreversibles”. Bomer lo sabe de primera mano. Atiende familias que adoptan el veganismo por razones éticas, ambientales o de salud. Pero también ve los errores. “Los riesgos no residen en la dieta vegana en sí, sino en una mala planificación o en un seguimiento inadecuado. Debemos asegurar que los padres comprendan la necesidad de un suplemento”.

Nutrientes en la mira

El estudio sudafricano no escatima en detalles. Advierte que una alimentación 100 por ciento vegetal necesita especial atención en varios frentes: B12, hierro, calcio, vitamina D, zinc, yodo y omega 3 de cadena larga. Nutrientes esenciales que en la dieta tradicional llegan, en buena parte, a través de productos animales. La solución no es un alimento mágico, sino una estrategia. Combinaciones específicas, alimentos fortificados, suplementos recetados. En ese sentido, ilustra lo que puede salir mal: un niño hospitalizado por una obstrucción intestinal severa, causada por una dieta crudivegana extrema. Ejemplo extremo, sí, pero real. Y muestra lo que puede pasar cuando se cree que con frutas y semillas alcanza.

Otro punto delicado apunta a los propios profesionales de la salud. Muchos pediatras y nutricionistas no tienen formación específica en dietas veganas y directamente se niegan a acompañarlas. Hay prejuicios y también desinformación en el sistema médico. “La clave es planificar, pero también educar tanto a padres como a colegas. Esto incluye la importancia de incluir diversidad de alimentos, la combinación adecuada de nutrientes y las necesidades de suplementación. No es una dieta para improvisar, se requiere el seguimiento profesional regular”, advierte la especialista.

El trabajo consultado por la Agencia también abre interrogantes aún sin respuesta firme: ¿qué pasa con los lactantes de madres veganas? ¿Cómo afecta esta dieta el desarrollo óseo a largo plazo? ¿Qué pasa en la adolescencia, cuando el cuerpo pega el estirón? En bebés, por ejemplo, los riesgos no vienen del veganismo en sí, sino de la falta de suplementos en la madre. “Ha habido casos de regresión del desarrollo y atrofia cerebral en lactantes cuyas madres no se suplementaron adecuadamente con B12”, advierte la revisión. Datos que conmueven y obligan a un enfoque preventivo desde el embarazo. También hay otros detalles a tener en cuenta. El exceso de fibra, por ejemplo, puede hacer que los chicos se llenen antes de cubrir sus necesidades calóricas. Es decir, el niño queda satisfecho, pero no llega a consumir lo que necesita.

¿Una agenda urgente para la salud pública?

Además de encender las alertas, los científicos de Stellenbosch también trazan un camino. Proponen que los Estados actualicen sus campañas de salud pública, que las universidades incorporen formación específica en alimentación basada en plantas y que se elaboren guías nutricionales adaptadas a cada etapa del desarrollo infantil, con sensibilidad al contexto cultural de cada país.

En otras palabras, dejar atrás el enfoque binario de estar “a favor” o “en contra” del veganismo. Lo importante es que, si una familia elige ese camino, el sistema de salud esté preparado para acompañarla con seriedad, información y respaldo profesional.

Con todo, en una época donde alimentarse también es tomar posición —ética, política y ambiental—, cada vez más familias eligen criar a sus hijos sin productos de origen animal. La ciencia, lejos de señalar con el dedo, abre una puerta: sí, es posible. Pero no sin condiciones. Porque más allá de las etiquetas o las convicciones, la pregunta de fondo no es si los chicos pueden crecer sanos siendo veganos. La verdadera cuestión es si la sociedad —desde los sistemas de salud hasta las políticas públicas— está lista para acompañarlos sin poner en riesgo su desarrollo.

Por María Ximena Perez - Agencia de Noticias Científicas UNQ

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