Rascarse: el placer culposo que destruye la piel
Investigadores descubren cómo este acto desencadena un cóctel inflamatorio que empeora los problemas cutáneos.
Rascarse es una de esas pequeñas grandes satisfacciones de la vida. Un mosquito le arruina la noche, pero ahí está usted, con la uña afilada, dándose el gusto. Es un placer primitivo, casi instintivo, que tiene algo de venganza: la picazón lo desafía, pero usted gana. ¿O no?
Sin embargo, la ciencia dice que rascarse es, en realidad, un negocio ruinoso para la piel. La Agencia de Noticias Científicas de la Universidad Nacional de Quilmes, accedió a un reciente estudio de la Universidad de Pittsburgh, publicado en la prestigiosa revista Science, donde se revela que este simple gesto puede convertirse en un boomerang inflamatorio. Es decir, aunque rascarse puede traer un alivio momentáneo, en realidad se convierte en su peor enemigo.
El experimento es de manual: tomaron ratones, les hicieron una especie de eczema inducido y los dejaron rascarse como locos. Resultado: más inflamación, más células inmunes descontroladas y más daño en la piel. Los ratones que no podían rascarse—porque les pusieron esos collares tipo “cono de la vergüenza”—se salvaron del desastre.
Pero aquí viene la paradoja: rascarse también tiene un lado positivo. Según explican, rascarse ayuda a eliminar bacterias como el Staphylococcus aureus , que es el villano número uno en infecciones cutáneas. Entonces, ¿es bueno o es malo?
La clave está en una sustancia llamada “P”, que se libera al rascarse y activarse los mastocitos, esas células que manejan la inflamación como si fueran barras bravas en un partido de ascenso. Si la piel ya está irritada, los mastocitos se encienden aún más, llamando a más células inflamatorias y armando un escándalo en la dermis.
O sea, al rascarse se termina empeorando todo, pero al mismo tiempo la piel se defiende mejor de las infecciones. Un equilibrio complicado… ¿Entonces qué se hace? Los científicos buscan formas de bloquear la inflamación sin perder la ventaja de la protección bacteriana.
Mientras tanto, la recomendación es la de siempre: no se rasque. Claro, fácil de decir, pero a ver quién resiste.
Por María Ximena Perez - Agencia de Noticias Científicas de la UNQ.
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